viernes, 7 de marzo de 2003

Catequizándome en tu viejo mundo

En México los significados de la palabra son innumerables. 
Es una voz mágica. Basta un cambio de tono, una inflexión apenas, para que el sentido varíe. Hay tantos matices como entonaciones: tantos significados como sentimientos (...) 
-Octavio Paz -

Con dedicatoria a dos buenos amigos y a aquella historia que -sin llegar a ser-  vivimos y se quedó enclaustrada en las letras de nuestros encuentros furtivos.


Tercera mención concurso:

Encuentro de Dos Mundos 2003 

de Ferney-Voltaire (Francia) 


Tengo la boca de Olmeca y la mirada profunda de un senote. Soy india, mezcla de maya con tolteca, saco a relucir mi orgullo Mexica. Llevo en la sangre el sabor a maíz, mi cuerpo huele a cacao y a maguey, tengo el brillo del jade en las pupilas y el canto del cenzontle en la garganta. Y a pesar de esto mi piel es blanca, pálida como la leche. Aún encomendándome cada noche a Tonatzín al mirarme al espejo veo los residuos de mis asesinos, de los viles asesinos de mi raza. Para los del viejo mundo, raza a la que no represento. 

- ¿Pero tus padres son españoles?
 - No, son mexicanos.
- ¿Pero tus abuelos o sus padres? 
- No, tambien mexicanos - Me esfuerzo por no cambiar el tono. 

Mantenerme ecuánime. ¡Española yo! Si mi padre corona sus ideas con una cabeza Olmeca, mi madre es más jarocha que la jarana y mis abuelos son más chilangos que el mismísimo Tepito. Si los padres, de los padres de los padres de mis padres han nacido en Tenochtitlán, en el Tajín, en Aztlán. Si yo crecí comiendo frijoles y tortillas de maíz, dulces de amaranto, chiles en nogada... chiles en nogada hechos con tus nueces de Castilla, con tu jerez, tus almendras, tus carnes rojas. Aún así, te niego. 

Esta vez la conquista se percibe tan simple. En este intervalo, como siempre, yo no pongo resistencia. Tal vez porque hoy me doy cuenta que ya te acarreaba en la sangre desde eras atrás, aun cuando siempre he querido negarlo. Así tocaste mi historia, para hacerme ver de pronto que te llevo en la sangre aunque te esconda. América, tan apremiante, al otro lado del océano. América fértil fémina reduciéndote con la mirada. Te aclamaba a lo lejos en silencio y tú la veías remota, como el horizonte mismo. En tu cabeza te situabas los límites, la advertías apremiante y lejana. La distinguías en tus manos, pero tan lejos. Precisamente eso te sedujo. América durmiendo, sintiéndose tan completa y tan nívea: tan complicada. Te vio llegar y se dejó conquistar. Hoy yo me siento América tocando el viejo mundo. Llego a tu viejo mundo y tú sigues conquistándome. 

Fue una noche de copas cuando te miré a lo lejos, tú parecías estar hundido en tu propio universo, yo ambicionaba que me vieras. No sabía quién eras, ni pretendía conocerte, simplemente coincidimos en espacios y tiempos. Tú querías diversión de una noche, yo bailaba sola y te sonreí. Creíste entonces que con la llaneza de tu mundo esta noche "te enrollarías" conmigo, no sabes que en México las mujeres jugamos con la mirada y al final cerramos los ojos para dejar de ver. Yo te descubrí como Colón descubrió América: sin cavilarlo, sin esperarlo. En este encuentro hubo mermas y ganancias que no pondré en la balanza; tú perdiste tu noche de juego por deleite. Te acercaste a besarme demasiado pronto y te temí, pero a pesar de mi rechazo te quedaste. No ganaste un beso, pero sí mi historia. Yo te quería como a la noche, esperaba que amaneciera para dejarte ir, pero te dejé quedarte, aún sabiendo que mi cama ya estaba llena. Perdí mi tranquilidad, gané la dulce incertidumbre de una duda. 

- Vaya que los españoles son rápidos - te dije, con un tono que se confundía entre desapruebo y coquetería mientras rechazaba el beso que pretendías robarme a los vagos cinco minutos de haber entrado a mi historia. Sonreíste paciente; comenzaste a usar tu boca para conquistarme con palabras y no besos. Como todo un estratega, erraste la primera vez pero la segunda me tuviste entre tus manos. Eras como soñé a mi Quetzalcóatl, con tus ojos claros y transparentes y la piel blanca como si el sol no te tocara nunca. Eras el Huitzilopochtli que esperé hecho materia cuando yo te creía un espíritu vago en la utopía de mis sueños. Eras español. ¡El colmo! Ahora me quedaba enajenada con ese tu acento que tanto había rechazado. Con tu piel blanca, tus cejas pobladas, tus ojos transparentes. Con esa combinación única en tu pecho, que se alcanza a ver blanco muy al fondo pero que siempre se cubre bajo la máscara de un vello espeso. Con tu manía de diferenciar la S de la C y la Z. Con la manera en que lograste derrumbarme sin quererlo. Jugué con fuego, me uní a tu conquista contra mi mismo ente. Me alié a tu batalla, para yo misma, con mis manos de india derrumbar Tenochtitlán y mudarme a tu castillo. 

Tú me seducías con tu nuevo idioma. Tú me enamorabas con solo ser, sin tiempo, sin medida. Sin darme cuenta te hice necesario. Tú sabes como besarme el cuerpo con una mirada, con un gesto, con una frase: Parece que la luna nunca dejara de besar tus pies y yo nunca dejare de tener celos de la luna. Te beso, te beso un millón de veces. Me llenas el espacio como si me conocieras de siempre. Tal como si viviéramos bajo el mismo Dios, como si nunca hubiera existido un océano entre nosotros. Por momentos me parece que tus labios fueron creados para embonar en los míos, despierto a la realidad para saber que fuimos creados en mundos diferentes. Pero con tus labios explorándome el cuello como un nuevo territorio, descubriéndome centímetro a centímetro, nada me parece común 

- Contigo nada es común todo es extraordinario - 
- ¿Me lo dices o lo piensas? - 
- Te lo digo - 

Así entre besos y palabras desperté una mañana percibiendo que ya había olvidado como hablar náhuatl: el Templo Mayor estaba ya por el suelo. Y yo no le lloraba. Ironías del destino, una Malinche del siglo veinte. Nada de que impresionarse. Aquí a los del viejo mundo parece no abrírseles los ojos ni con la muerte al acecho. Me dejé acostumbrar a ti, sin tiempos, sin medida. De un día para otro llegaste a mi casa con tu mochila cargada, acomodaste tus playeras en mi clóset, llenaste mi cocina, con pan, tu vino, tus jamones serranos; me acostumbraste a comer “pinchos" y “bocadillos”, a verte semi desnudo por la sala, a dejarte el mejor lugar en el sillón para después yo tomar tu hombro como mi respaldo. Tiré las almohadas de mi cama, tu pecho era ahora donde posaba mis sueños y tus brazos mi cobija. Te había construido ya la nueva España y tú habías llegado como si así debiera haber sido siempre. Un día abrí los ojos y de verdad me creí que antes de ti no había más que desierto en estas tierras. Mi Tenochtitlán reposaba ya muy por debajo del suelo. Yo había aprendido a olvidarme de mi tierra, de mis dioses, de mi gente. 

- Que regreso a Madrid- sin más pena ni gloria me lo sueltas. Sin gestos, sin miradas. Como un actor mediocre jugando un rol dentro de un monólogo barato. ¿Por qué me cortas las alas cuando ya me subiste hasta la cima? Me remontas a lo más alto del risco para enseñarme la majestuosidad de tu soberanía, del nuevo mundo que has creado. Y yo, creyéndote todavía mi Quetzalcóatl me siento la elegida para compartir la inmensidad de tu historia. ¡Estúpida y mil veces estúpida! Me avientas desde lo más alto del despeñadero para dejarme de nuevo hundida en este mundo de mortales, para que me llamen Malinche, traidora, paria. 

- No te lo tomes demasiado en serio - ¿Qué parte no me tomo demasiado en serio? Tus besos, tus palabras, la forma en que sabes jugar con cada letra, con cada frase. La forma en que me besas a distancia. Como logras seducirme con un gesto. ¡¿Qué parte no me tomo en serio?! ¡Que existes, que respiras, que no eres mío! Que llegaste para irte. Me dices que son "solo momentos". ¿Cuándo te he pedido mas, cuándo solicite ser la reina de tu historia? No te lo tomes demasiado en serio, que quede claro que esto es un momento, que la realidad varía. Que las palabras se esfuman... irónicamente la historia del mundo se escribe con vocablos, irónicamente giramos alrededor de letras, de frases, de pensamientos. Pero para ti nada importa. Nada vale. Y es que por tu cabeza en realidad nada pasaba mientras una frase tuya ya me había desacomodado los sesos. A ti no te pasa la existencia, tal vez porque te han enseñado a creer en la vida eterna. Yo temo que mi quinto sol se termine, por eso me aterra tomar decisiones nuevas. (E irónicamente en nuestro primer encuentro hablamos de religión). Temo que de nuevo la conquista sea tan sangrienta, que de nuevo tu dolor se me quede grabado en las entrañas. 

Tú y yo no hablamos el mismo idioma, por eso nunca podremos entendernos. No hay traductores en medio de la cama, cuando el silencio se vuelve una barrera. Cuando tu sueño pesado va poniéndole ladrillos a este muro. Ahí, en una misma cama distingo que vivimos en países diferentes... tú duermes como un niño después de dejarme a mi con la cabeza recargada en la almohada hundida en el insomnio y en la oscuridad de la noche. Mis lágrimas perdidas no llegan siquiera a humedecerte el sueño. 

Los españoles se fueron de vuelta a su patria... con las bolsas repletas de oro, plata, jade. Con nuestro chocolate, nuestro café. Con nuestros dioses en las suelas. Dejaron a su paso viruela, hijos, indias enamoradas. Ídolos destrozados, hombres heridos, mujeres con corazones rotos: muerte. Se embarcaron una buena mañana, cruzaron el atlántico sin virar la mirada. Sabiendo que volverían a sus casas, con su gente. Y acá, al otro lado, en el nuevo mundo nos dejaron todo de cabeza: sin casa, sin religión, sin riqueza. Así de un día para otro decidiste marcharte, así me dejaste la cama vacía, la mente perdida, el vientre aun caliente con tu semen. A fin de cuentas, tú regresas a tu casa donde yo nunca he estado, donde yo no falto. Y sin más un día, tú me invitas a que yo conquiste España. Tú me quieres en tu espacio en tu mundo. Lo sacas así, como si fuera nada. A ti nadie te enseño a hacer cambios, o gestos. A entonar frases. Tu corazón es mudo, tus ojos ciegos. Y yo parezco Juana la Loca gritando siempre lo que mi corazón procesa, dejando que mi garganta venza siempre a mi razón. Así ecuánime me lo dices...igual que si me pidieras agua:

- ¡Joder, cuida la sartén, que la tortilla de patatas se te quema tía!...hace falta hacer la compra, se nos han terminado el colacao y los cereales... ¿Vienes conmigo a Madrid? - 

Mi cerebro trata de traducirte en breve: ¡Pendeja estas quemando los huevos con papa! ... hay que ir al super porque ya se nos acabo el choco-milk y los corn flakes... ¿Quieres que te cambie la vida, que te revuelva las ideas con un viaje, quieres venir conmigo al mundo que no conoces?...quieres ser parte de mi mundo... te quiero matar... te quiero amar... ¿Quieres que yo te quiera? Me quedé muda. Tú comiste, terminaste y te levantaste de la mesa como si nada estuviera sucediendo. Para ti es tan simple hablarme, como si en realidad habláramos un mismo idioma. Tú no sabes que mi español esta cargado de ideas, que cada vocablo, que cada letra tiene el nuevo sentido de una nueva España. De un híbrido. Tú crees que yo debo entenderte, cuando yo me creé esta nueva lengua para enseñarte a hablar mi idioma. Ni tú, ni tu gente lo han entendido. Tus conceptos son cuadrados, son un triángulo perfecto como tu santísima trinidad. Mis ideas en cambio se mueven como una serpiente, tiene curvas, rotan. Como la mutación constante de mi serpiente emplumada. Aún así tu única respuesta no varia: No te comas el tarro. ¡No te comas el tarro cuando tú a mí me estas devorando la existencia!. Me masticas a trozos y luego sin más ni más, te largas a tomar el postre en algún otra parte. 

Te encamino hasta el aeropuerto sin más preguntas, yo ya sabía este fin desde el comienzo de nuestra historia que nunca llegó a ser contada. Pertenecemos a mundos diferentes. A tiempos y espacios que no embonan. Nuestras lenguas llegaron a entenderse en besos; pero los besos no alimentan. Tú estabas muriendo de inanición mientras me alimentabas el alma. No te voy a hablar en español, voy a pensar en otomí, en maya, en purépecha... soy una totonaca y mi corazón es grande. Hoy me lo saco orgullosa del pecho para que tú, mi Quetzalcóatl te lo lleves entre los dientes. Y ya sin corazón y con el cerebro en piezas, no me decido a soltarte una sola de las mil preguntas que me rondan, una sola del millón de frases: simplemente no articulo. No te vayas. No me dejes. Llévame contigo. Quédate aquí. Quiero dejar mi tierra. Quiero conocer la tuya. Quiero que me catequices. Quiero que aprendas náhuatl. Quiero que comas molletes. ¡Quiero que vengas! Quiero que te vengas. Quiero que me quieras. ¡Te quiero! Nada me sale. Ni una sílaba. 

Te veo partir, hago como que no me importa, me doy la media vuelta para quedarme ahí mirando desde el cristal cómo se va tu avión. Y lloro. Sólo a solas me atrevo a manifestarme como lo que soy, por primera vez te acepto. Soy mestiza. Y me hace falta mi lado español para estar completa. Y de pronto: vienes... no te has ido. ¡Te has quedado! Te estas acercando a mi y ya no temo que me veas vulnerable. Me he quitado la mascara, hoy acepto que yo te necesito. Aún cuando no sé si te vas, si vienes por mí, si me llevas, si te quedas. 

- ¿Pero joder tía, qué pasa? – Me limpias las lágrimas con tu tacto 
- Me dio miedo quedarme aquí solita en esta ciudad tan grande - 
- No, no te he dejado sola, nunca lo haría... me he escondido un momento para que me eches de menos - 
- Yo no sé echar de menos... ¡Pero cómo te extrañé! –  


Rosa Elena     

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